Y un día, de repente, ocurre. Empiezas a hablar con él por algún motivo y terminas esperando cada noche impaciente su saludo y, cuando por fin lo tienes, sientes un fuerte ardor en el estómago, una explosión de nervios. Las conversaciones pasan a ser más largas, más intensas, más personales, incluso más cercanas, para finalmente escucharlas a 10 centímetros de su boca. Todo lo de alrededor se va poniendo borroso cuando él está delante. Ignoras lo demás. Te vas enamorando de cada sonrisa. De cada
tontería. De la forma en la que habla, en la que se mueve. De las caras que te pone. De sus miradas intencionadas. De sus
gestos. Sus manías. Sus vergüenzas. Sus detalles. La manera tan peculiar que tiene de mirarte, coger aire y soltar un '' te quiero'', para después agachar la cabeza, sonreír y ponerse rojo. Y todo cambia para bien. Me da tranquilidad. Y es entonces cuando sabes que es él, y nadie más. Y te acuerdas del primer beso aquel mes de octubre, de la
primera tarde en ese primer lugar, de las primeras frases. El primer susurro. Cuando te enseñó que juntos todo era posible. Cuando te hizo ver que a veces actuar contra las normas también estaba bien. Cuando te demostró que contigo le salía ser diferente pero que de ninguna manera quería que eso le dejara de pasar. Desde entonces aprendiste a ver la vida desde la
curva de su sonrisa. Y cuando crees que le olvidas, no te acuerdas de olvidar. Que sin llegar a perderle ya le echas de menos. Y empiezas de
nuevo a recordar, y te das cuenta de que sus torpezas nunca dejarán de parecerte tiernas, y que desde cierto día, no solamente aprendiste a no volver a perderle sino que también, perdiste totalmente la noción del tiempo y los cinco sentidos por él.
¿Su nombre? ...Pablo
Firmado, Sophia.